– Dígame una última cosa -pidió Harry-. ¿Esto es real? ¿O está pasando sólo dentro de mi cabeza?
(…)
-Claro que está pasando dentro de tu cabeza, Harry, pero ¿por qué iba a significar eso que no es real?

– Conversación Harry y Dumbledore
Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
(Cap. 35, Pag. 607)

viernes, 15 de septiembre de 2017

Piel de cristal



"PIEL DE CRISTAL"
Con cinco años mi madre me llevó a un puerto, y cuál fue su sorpresa cuando me puse a llorar sin consuelo: no podía soportar ver a esos peces boqueando, agonizantes.
Con siete años nos llevaron a Desi (creo que se llamaba así, la hija de unos amigos de mis padres varios años menor que yo) y a mí al practicante. Ella estaba aterrada y no paraba de llorar, así  que mientras me pinchaban yo me reía para que viera que no pasaba nada.
Con nueve mis padres y yo fuimos al cine a ver “El retorno del Jedi”: los veinte kilómetros que separaban el cine de mi casa los hice llorando amargamente por lo triste que me parecía que, cuando al fin Darth Vader se hacía bueno, tuviera que morir.
Con once, más de una noche acabé durmiendo con TODOS los peluches en la cama, porque no soportaba la idea de que alguno de ellos se sintiera desplazado o que lo quería menos que a los demás.
A los trece años me sentí la persona más rastrera del planeta porque vinieron a buscar a un perro vagabundo los de la perrera, y como confiaba especialmente en mí, fui la que la que le llamó y lo llevó hasta la furgo. Ojo, por aquel entonces no sabía cómo acabaría, pero sí que no lo íbamos a ver más. Todavía no lo he superado.
A los veinte una amiga y yo bautizamos este continuo padecer mío  por el sufrimiento ajeno como “La Pena Negra”: en esa temporada los kurdos o el simple hecho de que una helada quemara las yemas nuevas de los árboles me afectaban sobremanera.
Y bla bla bla, así hasta la fecha.
Así en general, en lo que viene siendo el día a día, hay olores (o incluso el hecho de pensar en esos olores, ojo que esto es muy loco) que me hacen vomitar.
 Conducir de noche es un suplicio porque las farolas me deslumbran. Los sonidos muy graves, como ciertos motores de construcción o de ascensores, me bajan la tensión.
Me bastan los diez primeros segundos de una melodía que me transporte a un estadio emocional,  para que me transporte a ese estadio emocional, con total independencia de lo que esté haciendo en ese momento.
Cuando estoy con mucha gente y hay bullicio me aturdo. Mucho. Y entonces no sé muy bien dónde situarme,  por lo que las más de las veces me paso un buen rato en tierra de nadie, y prácticamente siempre me tengo que escabullir un rato para estar a solas conmigo.
También, en conversaciones de esas de más de diez personas, a veces puede parecer que desconecto, y de hecho, de la conversación propiamente dicho es así, pero porque no puedo evitar poner el foco en actitudes, gestos, miradas…quedo atrapada en los subtextos.
Nunca he encajado con facilidad en grupos, y aunque a veces estoy deseando hacerlo, entre otras cosas porque paradójicamente soy de manada y forma parte de mi naturaleza cuidar de lo que me rodea, el caso es que no encajo. Soy, pese a esta “terrible necesidad de amar y ser amada” (frase de Audrey Hepburn), un animal solitario dentro del clan.
Me ha costado muchos años entender que no era ni soy un bicho raro, que no exageraba,  ni era cuentista, ni estaba loca pese a ver el mundo distinto del resto, ni mucho menos, que fuera peor que los demás.
Me llamo Laura Domínguez y soy, simple y llanamente, P.A.S. “Persona Altamente Sensible”
Nota:  os dejo un link para que podáis leer más sobre las P.A.S.
https://www.asociacionpas.org/

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Era pequeño, muy pequeño. Tuve mala suerte, íbamos en el coche subiendo la vereda, y allí vi al perro muerto.El perro muerto agonizaba, y daba grandes alaridos, y sufría y lloraba. Un coche le había atropellado, y tenía
las tripas fueras. Tuve mala suerte, era muy pequeño y vi su cuerpo mutilado alrededor de su sangre, y yo lloraba y lloraba, y escuchaba
al perro muerto ladrar y gritar desconsolado. Al final al llegar al cruce, se esuchó el eco fuerte y seco de dos disparos, y el perro estaba muerto. Así descubrí el dolor, el llanto, y así aprendí a llorar.

JC dijo...

Me ha conmovido Laura.

Unknown dijo...

Es bonito ver un espejo en forma de letras, y luego cruzarme contigo y verte tan resistente como el acero.
Es bonito verte en La Plazita y luego verte aquí y acabar llorando (las hormonas).
Es bonito.

Unknown dijo...

Hola Laura, necesito contcatar contigo para un trabajo. Prevenidoscincoyaccion@gmail.com por favor, no soy spam