– Dígame una última cosa -pidió Harry-. ¿Esto es real? ¿O está pasando sólo dentro de mi cabeza?
(…)
-Claro que está pasando dentro de tu cabeza, Harry, pero ¿por qué iba a significar eso que no es real?

– Conversación Harry y Dumbledore
Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
(Cap. 35, Pag. 607)

martes, 22 de julio de 2014

Una reflexión incómoda


El otro día vi estas dos fotos circulando por las redes sociales, y estuve un buen rato leyendo las opiniones que generaron (tanto de conocidos como de desconocidos) La gran mayoría no daba crédito ante tanta maldad.  Entiendo que la primera impresión, y más viendo la barbarie desde fuera, sea la de pensar que esas personas son animales desalmados que disfrutan con el conflicto y con la masacre de sus vecinos. A mí me pasó. Pero justamente por estar impactada, le empecé a dar vueltas al tema y a intentar comprender cómo es posible que alguien se siente en una terraza a ver un bombardeo como si fueran fuegos artificiales, o cómo unas niñas tan pequeñas podían mofarse de los muertos palestinos, enviándoles mensajes escritos en los propios misiles. Pornográfico.
Y de repente me acordé de lo que nos contaba la abuela Emi de cuando la guerra (la nuestra, sí, la de aquí): que a las bombas te acostumbrabas en seguida, que a lo que no te acostumbrabas era al hambre. Y que , como niños que eran, a cualquier cosa y con cualquier cosa jugaban, ajenos aún a la moral establecida, o pasándola por alto, dadas las circunstancias. Supervivientes. Y también pensé,  aparentemente sin venir a cuento, en las miles de veces que pasando por Gran Vía hacemos caso omiso a la mendicidad y el hambre, y de cómo asumimos que mientras tiramos las sobras de una cena hay gente que literalmente no tiene qué llevarse a la boca. ¿Qué hacemos? ¿Somos de verdad coherentes ante el sufrimiento que día a día asola a la humanidad, o nos perpetramos en nuestras más o menos cómodas vidas e intentamos que el dique del dolor y la solidaridad solo se resquebraje ante acciones puntuales por su crudeza y urgencia? ¿Puede realmente dolernos el mundo entero constantemente? ¿Soy yo mejor persona que los tipos de la foto? La zona israelí de la franja también vive torpedeada con mayor o menor acierto desde hace años, y como dice Emi, al final a todo te acostumbras. Tu día a día sigue, y es tu deber, aunque solo sea por supervivencia emocional, llevar tu vida de la forma más normal posible, y eso incluye, probablemente, tomarte unas copas con un bombardeo al fondo como si fueran fuegos artificiales. Es más, jugarías a que son fuegos artificiales. Y los niños, de toda la vida, juegan con lo que tienen, e imitan a sus mayores. Entiendo que impacte, insisto, pero ¿qué pretendemos que hagan unos niños que viven en permanente estado excepción por conflicto armado?
Con esta reflexión no pretendo justificar lo que está haciendo el Gobierno de Israel, ojo, solo intento entender un poco mejor a los seres humanos. Solo intento no estigmatizar a la población civil por unas fotos: me parece facilón e hipócrita. Creo que juzgar desde el sofá es peligroso, sobre todo cuando lo que juzgamos es tan ajeno a nosotros y nuestras cómodas vidas de occidentales modernos. Sabemos perfectamente que para que el primer mundo viva como vivimos más de tres cuartas partes de la población mundial infravive, y miramos hacia otro lado porque nos es más cómodo, ¿pero nos rasgamos las vestiduras y llamamos desalmados a los de la foto? Hipócrita. Muy hipócrita. ¿Conocéis el experimento de Milgram? http://es.wikipedia.org/wiki/Experimento_de_Milgram Pues igual en vez de criticar la maldad ajena, deberíamos intentar ponerle remedio, pero empezando por nosotros mismos.
Confío en no ofender a nadie, solo comprendiendo y empatizando puedo llegar a ser mejor persona.

domingo, 20 de julio de 2014

Bola y yo


Cuando Bolita llegó a casa, con apenas dos meses, le encantaba sentarse a mirar entre divertida y hechizada cómo hacía la cama. Yo entonces la subía, y jugábamos entre las sábanas y el nórdico un buen rato, hasta que la bajaba y terminaba de hacerla. Al mes ya se subía sola y se dedicaba con esmero a intentar dehacer lo que yo iba haciendo con sus patorras y dientes de leche...y así, sin darnos cuenta, se convirtió en un ritual diario. Cada mañana, sin excepción, aparecía veloz desde cualquier punto de la casa al sonido de la primera sacudida de las sábanas, y cada mañana, sin excepción, yo tardaba un mínimo de diez minutos en hacer la cama entre mimos, e incluso perfeccionamos el juego: no menos de dos o tres veces le decía que se baje, a lo que ella respondía tumbándose cuan larga era, y mirándome desafiante con una sorisa en el hocico. Bola tiene ya dos años,y se ha convertido en una hermosa chuchaza con algo de mastina que pesa más de 30 kilos. Por cosas de la vida yo llevo medio año sin vivir con ella, y me consta que con su padre no lo hace, juega a otras mil cosas, pero a ésta no. 
Pues bien, esta semana me he quedado a su cargo, y lo primero que ha hecho cuando he empezado a sacudir las sábanas, es venir desde el jardín como alma que lleva el diablo y subir esos más de 30 kilos de desgarbada adolescente a la cama con tanta fuerza, que hasta la ha movido. Me he tumbado a su lado y nos hemos quedado un buen rato abrazadas...ni siquiera el instinto de ir a ladrar junto a sus hermanos al gato archienemigo que se mofa de ellos desde la verja ha conseguido levantarla: irguió la orejas, tensó el cuerpo preparada para ir corriendo, y al segundo se lo pensó mejor y decidió que valía más la pena disfrutar de nuestro viejo juego. ¿Que por qué escribo esto? Porque cuando las almas se conectan da igual a qué ser vivo pertenezcan, porque aún sigo emocionada, y porque amo a mis perros.