– Dígame una última cosa -pidió Harry-. ¿Esto es real? ¿O está pasando sólo dentro de mi cabeza?
(…)
-Claro que está pasando dentro de tu cabeza, Harry, pero ¿por qué iba a significar eso que no es real?

– Conversación Harry y Dumbledore
Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
(Cap. 35, Pag. 607)

viernes, 23 de enero de 2015

Pilar (crónica de un encuentro surreal)




Entré en el veterinario acelerada porque a los cinco minutos tenía que recoger el coche del taller. Si me daba prisa llegaba, porque, total, solo tenía que comprar un medicamento. La doctora estaba hablando por teléfono con voz grave y con la puerta de la consulta entreabierta.
Puta puerta.
Entoces lo vi. O mejor dicho, tras dos décimas de segundo, la imagen se completó en mi cabeza cuando yo ya estaba de espaldas, con los ojos cerrados, y las manos tapando mi cara. Las imágenes a veces entran demasiado rápido por la retina. Lo que en algún lugar de mi cerebro fantasioso era un peluche sucio, era un perro muerto cubierto de sangre. Su boca abierta y esa ausencia de alma que hacen que no reconozcas a un ser que una vez estuvo vivo me recordó a la abuela Ofelia, o a Teresa, o a Sergi. Es increible lo que puede hacer la ausencia de vida en un cuerpo.
 "Sí, vengan a buscarlo cuanto antes, les espero" dijo la veterinaria mirándome por primera vez. Justo entoces, frente a mí, se abrió otra puerta (entiendo que la del baño) y una mujer apareció llorando a lágrima viva, mientras el perro que la acompañaba se acercaba a mi con aire de perdido. Cruzamos las miradas, giré la cabeza para volver a mirar al perro muerto de la camilla, e inmediatamente comprendí..."Lo siento. Lo siento muchísimo, de verdad" fue lo único que pude decir mientras ella negaba con la cabeza, secándose las lágrimas con las manos. La voz de la veterinaria me sacó de mi error: "Ha sido un atropello, llegó ya muerto a la consulta y ni siquiera tiene chip" me soltó de forma aclaratoria. Fueron las últimas palabras "ni siquiera tiene chip" lo que provocó un nuevo y mucho más fuerte llanto de la mujer. Entonces me fijé mejor en ella...en todo...sus manos, la ropa, el suelo....todo estaba salpicado de sangre.
 Nuestras miradas se volvieron a cruzar mientras seguía sollozando con fuerza, y entoces hice lo único que me pareció que tenía sentido en aquel sin sentido: la abracé. La abracé y ella se terminó de derrumbar en mi abrazo, como si quisiera quedarse allí a vivir. Estuvimos así varios segundos, su pecho desconocido convulsionando contra el mío mientras yo acariciaba su espalda susurrando "Shhhhhh....." hasta que la veterinaria dijo "Ya está Pilar, ya está". Pilar, se llamaba. 
Se separó de mí, me miro con unos ojos azules muy abiertos y llenos de dolor y vergüenza, volvió a fijarse en sus manos y se metió de nuevo el baño. No la volví a ver. 
Me giré, y tras una breve y eterna pausa le pedí a la veterinaria la pomada para Cáctus. Mientras pagaba, intentó explicarme cómo se debía poner la pomada correctamente pero, ni ella lo estaba diciendo, ni yo la estaba escuchando. Le di las gracias y me fui. 
 Tampoco volví a mirar a aquella puerta entreabierta.