– Dígame una última cosa -pidió Harry-. ¿Esto es real? ¿O está pasando sólo dentro de mi cabeza?
(…)
-Claro que está pasando dentro de tu cabeza, Harry, pero ¿por qué iba a significar eso que no es real?

– Conversación Harry y Dumbledore
Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
(Cap. 35, Pag. 607)

viernes, 6 de marzo de 2009

Una parte de Mónica (crónica surreal)

A veces la vida te regala situaciones curiosas, otras inverosímiles y otras improbables. Pero hay otras veces, pocas, para bien o para mal, en las que te planta de bruces al borde del surrealismo…son esas veces en las que tienes que esforzarte por memorizar cada segundo o la propia adrenalina se encargará de que sólo te queden pequeños fragmentos inconexos como en los sueños de madrugada o las borracheras a muerte.

Mi amigo Fer se compró hace ya bastantes meses un piso enorme, viejo y con mil habitaciones que por fin en estos días ha pasado a ser un espacio espectacular y de diseño con mil cajas por medio. Ayer fui a echar una mano con la mudanza. Mi tarea consistía en medir unas estanterías de pladur, y con la ayuda de una regla y un cúter, cortar pedazos de plástico transparente a medida para proteger de rozaduras y suciedad cada estante. Bien. Al par de horas de trabajo llegó Mónica, la hermana de Fer e interiorista del piso, y se puso a ello conmigo. Como cada vez íbamos más ágiles decidimos medir las estanterías de dos en dos y claro, con las prisas hicimos un cruce de medidas en el plástico que hubo que rectificar. “Ahora hay que presionar más con el cúter” dijo Mónica. Y ahí empezó todo.

Ocurrió en milésimas de segundo. Justo antes de terminar el movimiento paró en seco y se llevó la mano a la boca mientras algo caía al suelo. Por la consistencia, el tamaño, y el atolondramiento de mi cabeza pensé que era el chicle. Pero no. Era un pedazo de dedo. Se me escapó un “No!” tan apremiante que no hizo falta nada más para que Fer preguntara que qué pasaba desde el otro lado de la casa. Mónica, supongo que de forma instintiva, apretó fuerte el dedo entre las mandíbulas a modo de torniquete y ya no las volvió a abrir hasta casi media hora más tarde…-”Corte?”-“Si”-“Grave?”-“Mucho”-“Mierda!Vamos a urgencias.” Yo dije que tenía el coche en la puerta pero que era mejor que lo llevara él porque sabía cómo llegar a la Paz, él cogió el móvil, las llaves de mi coche y las de su casa, ella su abrigo y su bolso, aunque me los pasó a mi por razones obvias y yo sólo atiné a coger la chaqueta y el tabaco cuando Mónica señala al suelo con un sonido gutural –“Qué? preguntó Fer, “que cojas el pedazo de dedo” respondí yo mientras sin mirar ni pensar se lo plantaba en la palma de la mano. Al margen del accidente doméstico, de la urgencia, y de lo mal que lo tenía que estar pasando la pobre Mónica, a la que dicho sea de paso yo no conocía de nada, el momento más surreal de todos y por el cual estoy escribiendo esto, fue cuando en la puerta del coche y por pura lógica Fer me dijo “Toma” y me pasó el relevo del pedacito de dedo. Recuerdo que intenté juntar todas mis yemas a modo de cesta con la mano derecha para que pudiera mantenerse en su interior rozándome lo menos posible. Entiéndanme bien, no era por asco o grima, sino por una cuestión de higiene…en algún rincón de mi cabeza no podía dejar de pensar que mis manos estaban muy sucias y sudadas y que eso no podía ser bueno para el trocito de Mónica.

Cogí una carta –lo único blanco que había en la parte trasera del coche- y la saqué por la ventanilla del conductor a modo de bandera de urgencia. Durante cinco minutos y mientras íbamos follados hacia la Paz hubo una especie de juego de adivinanzas entre los tres. Preguntas como “Prefieres La Paz o Ramón y Cajal” “A quién llamo?” o “Dónde estaba la entrada de urgencias?” se convierten en todo un mundo cuando la respuesta la tiene que dar alguien con la boca llena de su propia mano para evitar desangrarse. De vez en cuando y más por tomar sentido de la realidad que por otra cosa –en un momento dado intenté girar el pedacito de Mónica para que la parte con puntitos rojos no estuviera en contacto con nada, vete tú a saber por qué- le preguntaba cómo iba y si estaba bien, a lo que ella respondía con un gesto afirmativo pero con los ojos como platos y la nariz perlada en sudor. “Lo estás haciendo genial, de verdad, pero aprieta un poco más que la sangre se empieza a desparramar por los nudillos”

La Paz, urgencias infantil, maternidad, urgencias. Mónica, su pedacito y yo saltamos de coche mientras Fer va a aparcar. “Disculpe pero esta chica se ha seccionado un fragmento de dedo y”-“Esto es urgencias infantiles lo siento, viene en coche? Tiene que dar la vuelta circunvalar el hospital y allí está urgencias, lo siento” Lo malo de estas situaciones es que a uno le entran ganas de gritar muchas cosas pero no lo puede hacer porque no tiene tiempo, así que bajamos la cuesta corriendo al grito de “FER AQUÍ NO ES!! El coche rectifica empotrándose con un puto pivote que a ver a cuento de qué ponen esos putos pivotes en la puerta de las urgencias cuando es evidente que el que llega llega a toda hostia y con los nervios desquiciados, pero en fin. Nos metemos en contradirección con la lógica consecuencia de tener que salir marcha a atrás, y en algún momento y no sé cómo salimos del perímetro del hospital y volvemos a la M-30.

Hay un momento cuando todo sale mal y no te cabe más impotencia en el que curiosamente la cuerda se suelta y por unos segundos te relajas. No te queda otra para salir del atolladero. Y ahí estábamos los tres. Fer metiéndole gas a mi coche, Mónica con sus mandíbulas a modo de torniquete y yo, preguntándome todavía que a cuento de qué pero con una mano congelada agarrando con fuerza un sobre mojado y un pedacito de dedo en la otra. A todo esto llovía. De ahí lo del sobre mojado, y de ahí que Fer decidiera cerrar la ventana aprisionándome la muñeca hasta que un grito mío y un sonido gutural de Mónica hicieron que la volviera a abrir entre perdones. Cómo no reírse, claro.

Por fin llegamos al Ramón y Cajal “Laurita, entra y da unas voces” “Tranquilo” Y vuelta a empezar: “Disculpen pero esta chica se ha seccionado un pedazo de dedo, lo traemos aquí” Ante la evidencia y sin preguntas pasamos por un pasillo al box 13, al que entran en tropel distintos especialistas del personal sanitario sin saber muy bien a qué. Sólo entonces a Mónica le empiezan a resbalar las lágrimas por la mejilla. “Por qué llevas la mano en la boca? Es el miedo?” “No-respondo yo incrédula-se está mordiendo el dedo par evitar la hemorragia. Por cierto, pueden poner el pedazo que falta en un lugar más higiénico que mi mano?” digo mientras extiendo la palma mostrando al susodicho. La enfermera lo mira como quien descubre una cucaracha aplastada en el zapato, coge un buen pedazo de gasa y me lo extiende girando la cara. Cuando al fin deposito mi ya pequeño tesoro con sumo cuidado en la gasa aliviada por la separación, la enfermera lo mete rápidamente en una bolsa de plástico…y me lo vuelve a dar!! Al segundo llegó un doctor con una bandejita de cartón y se la puso a Mónica en el regazo diciendo “Ahora tienes que sacar la mano de la boca para que podamos ver lo que hay. Tu mejor que esperes fuera.” Mónica me miró entre sollozos, le di un beso en la frente y un abrazo, solté la bolsa en la bandejita, y salí.

Tras casi una hora de espera sin anécdotas relevantes-salvo comprobar que efectivamente me había quedado sin piloto trasero-Mónica apareció por el pasillo con la mano vendada y la boca libre al fin. Se lo habían podido injertar. “Me han dicho que si en cinco días sangra o huele a podrido es que lo estoy rechazando y tendré que venir a que me lo quiten.”

Y aquí acabó todo. La llevamos a casa de una tía que hacía cocido y reanudamos la mudanza. Sin conocerla de nada, siento un extraño afecto hacia Mónica. Y es que hay cosas que te unen a alguien irremediablemente, y llevar un pedacito de ese alguien, sin duda, es una de ellas.