– Dígame una última cosa -pidió Harry-. ¿Esto es real? ¿O está pasando sólo dentro de mi cabeza?
(…)
-Claro que está pasando dentro de tu cabeza, Harry, pero ¿por qué iba a significar eso que no es real?

– Conversación Harry y Dumbledore
Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
(Cap. 35, Pag. 607)

viernes, 15 de septiembre de 2017

"De ruvias, coches y grua (a tru estori)"


Creo que necesitamos unos antecedentes y unos precedentes para poder entender lo de ayer:
Estos últimos meses están siendo…cómo decirlo? Un poquito bastante jodidamente complicados para mí, supongo que es algo que no se os escapa. No tanto porque me dedique a contar públicamente mis problemas (cosa que tampoco haré en esta ocasión), sino por mi necesidad de expresar los sentimientos y emociones que me provocan tales problemas. El que haya leído mis últimas canciones, poemas, e incluso visto las fotos sabrá de lo que hablo sin ser Sherlock Holmes…y el que no…pues oye, pues…que tampoco pasa nada.
El caso es que ayer bajé a Madrid a intentar solucionar unas cosas, y ya de paso, a quedar con un buen amigo.
La mañana fue durita, a qué decir lo contario: me perdí con el coche como solo una ruvia puede perderse, con actitud, con ganas, con profesionalidad….y en los dos trayectos, además.
En el primero, y TRAS 45 MINUTOS DANDO VUELTAS POR DONDE CRISTO PERDIÓ EL MECHERO Y DEJÓ DE FUMAR POR NO IR A BUSCARLO, Y ESCUCHANDO AL PUTO GPS, QUE SI ESO NO ES UN INVENTO DEL DIABLO YO YA NO SE, tuve que parar a un taxista y rogarle al borde del ataque de ansiedad (no tanto por llegar tarde a la entrevista sino por tener que asumirme tan rematadamente lerda), que me guiara. Estaba a cinco calles. Cinco putas calles, no es una forma de hablar.
El segundo trayecto (ir a casa de mi amigo en la otra punta de la ciudad) lo hice relativamente bien y además sin prisas, cuando llegué a la zona hice los giros y regiros tal y como los recordaba…sólo que estaba en la cuadrícula equivocada del Retiro. Así que vuelta a empezar. A todo esto, Madrid, agosto, 13:20p.m y mi estúpida manía de conducir con los cristales bajados porque me siento más atenta.
Cómo sonaría mi voz al llamarle para decirle que me rendía y que volvía a casa sin verle, para que me dijera “Dime en qué calle estás, pon el manos libres, y yo te traigo desde el google maps de mi ordenador dándote todas las indicaciones, pero ven, va”.
Funcionó.
La bonita sorpresa es que no estaba sólo, otro buen amigo estaba con él. En cuestión de cinco minutos la reunión se convirtió en una suerte de…¿intervención? ¿sabéis lo que es una intervención? Pues eso. Y también funcionó: sabias palabras, grandes consejos y sobre todo, hacerme ver que ni era tan torpe, ni tan débil,  ni tan incapaz ni estaba tan noqueada como yo sentía. Estaba haciendo cosas, más de las que podía ver, para salir del atolladero. Es verdad que un momento dado casi lloro, pero no.
-No voy a llorar- les dije.
-Pero si ya estás llorando- me respondió Nach.
Aprovecho la ocasión para comentarte, Nach,  que NO lloraba, sólo estaba trémula.
Salí de allí de bastante mejor humor, más fuerte, y sintiéndome algo más capaz de todo. De hecho, qué cojones: a mi lado Erin Brockovich era una jodida principiante.
Cogí el coche y pese al calor, a los atascos, y a los infinitos cortes por obras en las distintas vías de salida de la ciudad que conocía, logré acceder a la carretera de Castilla sin problemas.
Iba yo pensando en que quería escribir a Nach para darle de nuevo las gracias y para decirle que tiene como muy pocos el don de ejercer de trankimazin para mi alma, iba yo pensando en que qué más podía ocurrir, que de aquí hacía arriba, Laura, coño, que claro que puedes,  cuando ocurrió.
Pam.
Sonó no tanto como un disparo, sino como cuando pinchas un globo. En apenas unas décimas de segundo perdí el control del coche, y hasta varios segundos después no lo recuperé.
Acababa de reventar una rueda.
Quisieron los hados que ni hubiera nadie a mi alrededor. Bueno, los hados y que un día de entresemana de agosto a las tres y media de la tarde, no están en la carretera ni Blas ni Perry.
El caso es que los segundos que tardé en hacerme con el control, el coche fue dando bandazos entre los dos carriles, así  que sí: si hubiera habido otro coche, lo más  probable es que este post lo estaría escribiendo cualquier otro por mí.
¡Qué susto habrás pasado!!!!, pensaréis.
No. Ni de coña. Os lo juro.  Lo único que piensas (o que pensé yo) es que tienes que estabilizar el volante, poner los warning, frenar despacio y apartarte cuanto antes hacía el arcén.
Así  lo hice.
Una vez allí y tras comprobar que el neumático delantero derecho era plastilina deforme y que la llanta estaba totalmente en el suelo, intenté con más miedo que vergüenza cambiar la rueda yo misma, pero no lograba recordar cómo se sacaba la rueda de repuesto (de hecho ni dónde mierda tenía el chaleco reflectante, que lo encontré veinte minutos más tarde en un compartimento de la puerta del conductor que también había olvidado que tenía).
-No pasa nada- me dije- para eso está el seguro!
Efectivamente llamé y una amable señorita me confirmó que un ratito estaría allí el de la grúa , cambiaría la rueda, y aquí paz y después gloria.
Cuarenta y cinco minutos, tardó. Cuarenta y cinco.
Cuarenta y cinco minutos de un día de agosto a las cuatro de la tarde. Sin haber comido. Sin agua. Sin una sombra. Abrasándote la cara y los hombros mientras sudas como un puto pollo asado metida dentro de un puto chaleco reflectante que te queda tan grande que de hecho es un puto vestido.
Cuando al fin llegó estaba tan agotada (de hecho incluso mareada) que casi no podía hablarle. Pero le sonreí.  -Ves?- pensé - solo ha sido un bache, en diez minutitos podrás irte a casa con tu maravillosa nueva autoestima.
-Dónde tienes la llave de seguridad? Porque dentro de la rueda de repuesto no la tienes. Debe estar en la guantera – sonó una voz de detrás del coche con un muy leve acento rumano.
-Qué? Qué llave?
- La de seguridad, la debes tener en la guantera.
Corrí a la guantera solo para constatar lo que ya sabía: allí no había más que papeles.
-No hay nada.
-Pues busca en otros compartimentos del coche porque aquí no está.
No me quedó más remedio que evidenciar mi ignorancia y de paso humillar bien a todas las feministas del mundo preguntando:
-Me podrías decir qué estoy buscando? Cómo es la llave? Qué forma tiene?
Me lo explicó, y aunque no lo entendí  ( y sigo sin puto entenderlo, ojo, que  sigo sin haber visto una), busqué por todos lados. Nada.
-No puedo cambiar la rueda, Tengo que remolcarte a un taller y que allí la revienten para poder cambiarla. Yo que tú reventaría las cuatro y pondría tuercas normales.
Hasta yo, y en ese estado, comprendí algo: que eso no lo cubriría el seguro. Más dinero…
-Qué taller? Yo no tengo taller. Apenas llevo dos meses con coche!
Llamé al amigo (familia, más bien) que me ayudó a comprar el coche y me dijo dos cosas: que buscara por el suelo porque al mover la rueda lo más probable es que se hubiera caído la dichosa llave, y que si no, su taller de confianza estaba en Villalba, que fuera allí y dijera que iba de su parte.
Busqué de rodillas por toda la zona, ignorando un asfalto a, no sé,  250 grados?
De repente encontré algo junto al quitamiedos y se lo mostré triunfal con el brazo extendido hacía su cara.
-Lo encontré!!!!
-Eso es sólo una tuerca – contestó con infinita ternura.
Remolcó el coche, cogí mis cosas de dentro (por ese orden, sí), y nos metimos en la grúa camino a Villalba.
Fue entonces, viéndome empapada en sudor, sedienta, absurdamente despeinada, sucia como en un mal anuncio de detergente, con un chaleco amarillo fosforito más  grande que yo y dentro de una grúa roja, cuando rompí a llorar.
Rompí  a llorar como nunca, como saliendo del útero materno. Rompí a llorar sin sentido ni consuelo. Rompí a llorar todos estos meses.
-Pero qué te pasa, por qué lloras? No es tan grave, mujer!
-POR TODO! LLORO POR TODO!
A voz en cuello, claro. Toda esta conversación fue a voz en cuello porque el muchacho llevaba una grúa del año de la polca sin aire acondicionado, por lo que íbamos con las ventanillas bajadas y un ruido y un viento que nos impedía hablar normal.
Él preguntaba y yo  contestaba como si hubiera bebido el suero de la verdad, y enrabietada como una niña de cinco años a la que le hubieran quitado un frigopié.
Tras varias intentonas ridículas de liar un cigarrillo con ese aire, me ofreció del suyo, y tras varios minutos de silencio, me miró y soltó:
-A MÍ SE ME HA MUERTO UN HIJO HACE POCO. BUENO, NO LLEGÓ A NACER, ESTÁBAMOS DE OCHO MESES.
Volví a llorar más fuerte aún si cabe.
- QUÉ??? NO LO SABÍA! LO SIENTO, DE VERDAD! (Quiero remarcar el absurdo de decirle a un perfecto desconocido  “No lo sabía”  porque sí,  lo dije).
Le tocó su turno para contarme sus cosas. Le escuché bien atenta hasta que concluyó:
-DE TODO SE SALE, MUJER, MENOS DE LA MUERTE.
Llegando a Villaba me di cuenta de que nunca había montado en grúa y de lo mucho que molaba.
Cuando al fin aparcamos en el taller nos estábamos riendo de no sé qué tontería.
Descargó el coche, firmé los papeles, nos sonreimos y se fue.
No sé ni cómo se llama.

1 comentario:

Elia dijo...

Qué maravilla! Pero cómo escribes así! He acabado llorando yo...❤️