– Dígame una última cosa -pidió Harry-. ¿Esto es real? ¿O está pasando sólo dentro de mi cabeza?
(…)
-Claro que está pasando dentro de tu cabeza, Harry, pero ¿por qué iba a significar eso que no es real?

– Conversación Harry y Dumbledore
Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
(Cap. 35, Pag. 607)

jueves, 10 de septiembre de 2009

Calipos de limón y un espartano


La última semana la tengo almacenada en la cabeza sin orden ni concierto y así es como la pienso escribir.

Que alguien que se está yendo esté consciente es algo que no te esperas, o mejor, que no te quieres esperar. Es entonces cuando los besos robados al tiempo son demasiado crueles, y no osas ni respirar cuando al fin se duerme con sus dedos ligeramente entrelazados entre los tuyos.

Tengo en la retina sus sonrisas mientras el pecho traquetea agónico en un pulso absurdo contra la nada, y si no supiera que esta guerra está perdida juraría que gana cada batalla y que incluso con las uñas y los dientes le arrebata minutos a la muerte. Me gustaría decirte, pequeño, que ya lo has hecho muy bien, que te mereces al fin el reposo del guerrero que sé que eres y que te puedes ir tranquilo y con la cabeza bien alta. Espartano.

Empecé la entrada anterior diciendo que me preparaba para ver sufrir a los que más quiero…y una poca polla. No hay preparación. Ni de lejos. Me quedo con un padre que no hace más que preguntar por qué. Me quedo con una novia acurrucada en lo que pueda quedar en una cama de noventa. Con el olor alcanforado de las manos. Con su guiño de ojos cada vez que entraba. Con papá llorando sin consuelo, y esa pegó fuerte. Con "Puto Coco", gran frase. Me quedo sin aliento y sin palabras ante tantas impresiones tan dispares. Como cuando después de que pudiera comer un poquito de calipo de limón acabáramos todos en la puerta del hospital, en nuestro banco y ya de madrugada, brindando por él con cervezas y calipos de limón, cómo no…Como cuando me escribió en su pizarrita vileda We Need Dangerous Frogs, palabras que por supuesto jamás descifraremos y que quedarán tatuadas en mi espalda cuando todo acabe. Con Miriam entre las seis y la siete. Con la rata muerta y los nudillos de Alberto. Con el póster de 300 y su pulgar levantado. Me quedo con las lágrimas y los abrazos de cada uno de los presentes. Con mis hermanos. Rotos. Y sobre todo, espartano, me quedo contigo hasta que te vayas. Te lo juro. Y un día de éstos guardaré en un rincón los archivos adjuntos de los que ahora no sé desprenderme y me quedaré con tu cara y tu camisa rosa el día en que me robaste un poquito de corazón.