– Dígame una última cosa -pidió Harry-. ¿Esto es real? ¿O está pasando sólo dentro de mi cabeza?
(…)
-Claro que está pasando dentro de tu cabeza, Harry, pero ¿por qué iba a significar eso que no es real?

– Conversación Harry y Dumbledore
Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
(Cap. 35, Pag. 607)

viernes, 22 de agosto de 2014

La primera vez



Entró en el camerino despistada, pero irradiando tanta luz que me pregunté a cuento de qué necesitábamos tener en "on" el interruptor. No sé qué brillaba más, insisto, si su sonrisa casi dolorosa a base de no poder soltarla, o sus ojos, que aunque algo perdidos, prometían ir a comerse el mundo. Debían ser las nueve de la mañana más o menos, cuando Eva irrumpió con un aire tan limpio que casi asfixiaba de tan nuevo en ese pequeño camerino de personas tan resabiadas en lo suyo. Un tsunami. Las presentaciones fueron todo lo corteses que pueden ser cuando el texto todavía lucha entre la mente y la boca para salir airoso. Llegó el director y sonó el “...y vamos...” casi antes de que terminara de sonar el eco de su nombre. El pase de texto fue muy bien, demasiado incluso, teniendo en cuenta que hasta hace apenas cuatro minutos no nos habíamos visto las caras en la puta vida. "Joder-pensé- qué grande esta tía". Bajamos a plató, y entre retoques de maqui, pelu, vestu, y un “carga un poco más a la derecha” por parte de un cámara, fuimos a primera. Primera, importante el matiz, era estar detrás de una puerta que yo debía abrir en acción para invitarla a entrar: "Qué bonito-me diría más tarde el de sonido-"la estás invitando a entrar en la televisión". Y entonces, en esos segundos de silencio que preceden al “acción” fue cuando me lo soltó sin preámbulos y a bocajarro: “ES MI PRIMERA ESCENA EN TELEVISIÓN”. Un golpe de veinticinco megatones me llevó en décimas de segundo hacia allá, hacia mi primera secuencia en “Hermanas”, con Adrià Collado, cuando se suponía que en acción yo me estaba comiendo tranquilamente un yogur, y éramos novios de toda la vida cuando en realidad no nos conocíamos de nada, ni a nadie del equipo, ni nada, y yo estaba aterrada, pero mi sonrisa era casi dolorosa y mis ojos prometían ir a comerse el mundo. Hace ya dieciséis años de mi primera secuencia...Tenía tanto que decirle...tantos momentos tan maravillosos donde he sido la reina del mundo y tantos tan oscuros, tan jodidamente crueles donde el mismo fango me miraba por encima del hombro...”Silencio, y...” “No te preocupes- ya verás como es muy fácil y aquí está todo el equipo para animarte. Yo entré en Amar es Para Siempre la semana pasada y ya es como una familia”. “Ya, tía, pero tú ya....tienes tanta experiencia....que claro!!”-risa nerviosa. Y ahí estaba yo. Con todas mis dudas, mis inseguridades, y mis neuras de sin saber todavía si valdré para esto o no, preguntándome qué cojones es esto de ser actriz, delante de esos ojos que están llamados a comerse al mundo. Le agarré bien fuerte la mano intentando transmitirle por ósmosis todo lo bueno que he vivido en estos años. Me miró y me sonrió, con el temblor en los labios del que acaba de hacerse un all in. “ACCIÓN”. Abrí la puerta y la invité a entrar: “Señor Reyes, acaba de llegar Estívaliz Pérez”. El resto de la secuencia la hizo perfecta, brillando, viva, con chispa. Como si fuera la primera vez...y yo la miré llena de orgullo y con infinita nostalgia, deseando de corazón que tuviera mil millones más de estos momentos.
La escena quedó bien a la tercera toma, y al darla por buena, unos cuantos pedimos un fuerte aplauso para Eva, que acaba de desvirgarse en la televisión. Todo el equipo se deshizo en vítores, y no faltó alguna que otra voz socarrona que gritó “Ya verás, ya, la que te espera!!!”...sin duda, voces que también pensaron en su primera vez.

Nota: Eva, te deseo toda la mierda del mundo. De verdad.
Lau.
Viernes 22 de Agosto del 2014.
Nota 2: La foto es de una secuencia de Gran Hotel, pero dado que me llevo bien con Amayita, admiro a Carlos Sedes y  Ramón Campos, y Gran Hotel también fué mi familia, confío en que no se ofendan...es que la foto es magnífica!

martes, 22 de julio de 2014

Una reflexión incómoda


El otro día vi estas dos fotos circulando por las redes sociales, y estuve un buen rato leyendo las opiniones que generaron (tanto de conocidos como de desconocidos) La gran mayoría no daba crédito ante tanta maldad.  Entiendo que la primera impresión, y más viendo la barbarie desde fuera, sea la de pensar que esas personas son animales desalmados que disfrutan con el conflicto y con la masacre de sus vecinos. A mí me pasó. Pero justamente por estar impactada, le empecé a dar vueltas al tema y a intentar comprender cómo es posible que alguien se siente en una terraza a ver un bombardeo como si fueran fuegos artificiales, o cómo unas niñas tan pequeñas podían mofarse de los muertos palestinos, enviándoles mensajes escritos en los propios misiles. Pornográfico.
Y de repente me acordé de lo que nos contaba la abuela Emi de cuando la guerra (la nuestra, sí, la de aquí): que a las bombas te acostumbrabas en seguida, que a lo que no te acostumbrabas era al hambre. Y que , como niños que eran, a cualquier cosa y con cualquier cosa jugaban, ajenos aún a la moral establecida, o pasándola por alto, dadas las circunstancias. Supervivientes. Y también pensé,  aparentemente sin venir a cuento, en las miles de veces que pasando por Gran Vía hacemos caso omiso a la mendicidad y el hambre, y de cómo asumimos que mientras tiramos las sobras de una cena hay gente que literalmente no tiene qué llevarse a la boca. ¿Qué hacemos? ¿Somos de verdad coherentes ante el sufrimiento que día a día asola a la humanidad, o nos perpetramos en nuestras más o menos cómodas vidas e intentamos que el dique del dolor y la solidaridad solo se resquebraje ante acciones puntuales por su crudeza y urgencia? ¿Puede realmente dolernos el mundo entero constantemente? ¿Soy yo mejor persona que los tipos de la foto? La zona israelí de la franja también vive torpedeada con mayor o menor acierto desde hace años, y como dice Emi, al final a todo te acostumbras. Tu día a día sigue, y es tu deber, aunque solo sea por supervivencia emocional, llevar tu vida de la forma más normal posible, y eso incluye, probablemente, tomarte unas copas con un bombardeo al fondo como si fueran fuegos artificiales. Es más, jugarías a que son fuegos artificiales. Y los niños, de toda la vida, juegan con lo que tienen, e imitan a sus mayores. Entiendo que impacte, insisto, pero ¿qué pretendemos que hagan unos niños que viven en permanente estado excepción por conflicto armado?
Con esta reflexión no pretendo justificar lo que está haciendo el Gobierno de Israel, ojo, solo intento entender un poco mejor a los seres humanos. Solo intento no estigmatizar a la población civil por unas fotos: me parece facilón e hipócrita. Creo que juzgar desde el sofá es peligroso, sobre todo cuando lo que juzgamos es tan ajeno a nosotros y nuestras cómodas vidas de occidentales modernos. Sabemos perfectamente que para que el primer mundo viva como vivimos más de tres cuartas partes de la población mundial infravive, y miramos hacia otro lado porque nos es más cómodo, ¿pero nos rasgamos las vestiduras y llamamos desalmados a los de la foto? Hipócrita. Muy hipócrita. ¿Conocéis el experimento de Milgram? http://es.wikipedia.org/wiki/Experimento_de_Milgram Pues igual en vez de criticar la maldad ajena, deberíamos intentar ponerle remedio, pero empezando por nosotros mismos.
Confío en no ofender a nadie, solo comprendiendo y empatizando puedo llegar a ser mejor persona.

domingo, 20 de julio de 2014

Bola y yo


Cuando Bolita llegó a casa, con apenas dos meses, le encantaba sentarse a mirar entre divertida y hechizada cómo hacía la cama. Yo entonces la subía, y jugábamos entre las sábanas y el nórdico un buen rato, hasta que la bajaba y terminaba de hacerla. Al mes ya se subía sola y se dedicaba con esmero a intentar dehacer lo que yo iba haciendo con sus patorras y dientes de leche...y así, sin darnos cuenta, se convirtió en un ritual diario. Cada mañana, sin excepción, aparecía veloz desde cualquier punto de la casa al sonido de la primera sacudida de las sábanas, y cada mañana, sin excepción, yo tardaba un mínimo de diez minutos en hacer la cama entre mimos, e incluso perfeccionamos el juego: no menos de dos o tres veces le decía que se baje, a lo que ella respondía tumbándose cuan larga era, y mirándome desafiante con una sorisa en el hocico. Bola tiene ya dos años,y se ha convertido en una hermosa chuchaza con algo de mastina que pesa más de 30 kilos. Por cosas de la vida yo llevo medio año sin vivir con ella, y me consta que con su padre no lo hace, juega a otras mil cosas, pero a ésta no. 
Pues bien, esta semana me he quedado a su cargo, y lo primero que ha hecho cuando he empezado a sacudir las sábanas, es venir desde el jardín como alma que lleva el diablo y subir esos más de 30 kilos de desgarbada adolescente a la cama con tanta fuerza, que hasta la ha movido. Me he tumbado a su lado y nos hemos quedado un buen rato abrazadas...ni siquiera el instinto de ir a ladrar junto a sus hermanos al gato archienemigo que se mofa de ellos desde la verja ha conseguido levantarla: irguió la orejas, tensó el cuerpo preparada para ir corriendo, y al segundo se lo pensó mejor y decidió que valía más la pena disfrutar de nuestro viejo juego. ¿Que por qué escribo esto? Porque cuando las almas se conectan da igual a qué ser vivo pertenezcan, porque aún sigo emocionada, y porque amo a mis perros.

viernes, 11 de abril de 2014

Despertar (pequeño cuento surreal)




Estaba tan dormida que ni siquiera era consciente de que su realidad era un amasijo de formas incorpóreas con apenas unos ecos lejanos de voces huecas por todo sonido. -En mi jaula de cristal soy feliz- se repetía una y otra vez como un mantra, mientras amamantaba su soledad con la leche de los recuerdos no vividos. Cada nuevo barrote que ella misma ponía con perfecta y parsimoniosa desidia, la adormilaba un poquito más, y así, sin darse cuenta, un día ya no necesitó abrir los ojos. Si bien era verdad que en la oscuridad apenas veía los colores, ese era un sacrificio que haría gustosa a cambio de dejar de sentir tan adentro esa pena que se la comía despacio, como sin hambre. -En mi jaula de cristal soy feliz-. Y así fueron pasando los días, los meses, los años...hasta que de pronto ocurrió algo con lo que no podía contar, con lo que no quería contar: tanto habían menguado su cuerpo y su alma durante su letargo, que un buen día se escurrió entre los barrotes. Si más. Intentó desesperada aferrarse a los barrotes con los dedos...sus dedos...de pronto se dió cuenta de que podía ver sus dedos, sus manos. Podía ver su propia cara reflejada en los barrotes de cristal. -¿Quién eres?-atinó a preguntarle al reflejo. -¿Quién eres?-volvió a preguntar a esos ojos vacíos de vida y cargados de lágrimas que la miraban con terror. Pero su voz era tan débil, que ni ella misma era capaz de escucharla. Y cayó. Cayó sin tiempo. Sin gravedad. Cayó hasta quedar suspendida en una Nada liviana. Solo entonces, al fin, abrió su boca todo lo que pudo, y gritó. Gritó como nunca había gritado. Como con la primera bocanada de aire al salir del útero. Gritó con un sonido tan alto, tan bello, desgarrado y profundo, que toda esa Nada se empezó a resquebrajar y cayeron del cielo millones de pedacitos de barrotes de cristal. Al fin, había despertado.