– Dígame una última cosa -pidió Harry-. ¿Esto es real? ¿O está pasando sólo dentro de mi cabeza?
(…)
-Claro que está pasando dentro de tu cabeza, Harry, pero ¿por qué iba a significar eso que no es real?

– Conversación Harry y Dumbledore
Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
(Cap. 35, Pag. 607)

martes, 30 de agosto de 2016

"Y Peter Pan dejó de volar"


Sergio pasea en su carrito todos los días. Y cada día, en esos paseos, pasa por la puerta de mi casa. Y cada día, cada vez que pasa por la puerta de mi casa, los perros salen a ladrar (sin ninguna acritud especial, es lo que hacen cada vez que cualquier ser vivo pasa por la puerta).
La diferencia entre Sergio y cualquier otro ser vivo es que su madre le dijo la primera vez que esto ocurrió, que mis perros lo que hacían era ir a saludarle, que esa era su forma de saludar. Así que Sergio, cada vez que pasa por la puerta de mi casa grita "hola guau guaus" "hola peritos" e incluso ladra, mientras agita la manita lleno de felicidad.
Una vez su madre me contó que de hecho, la rutina del paseo es ir a buscar distintos animales para saludarles, así que se van hasta el pantano para ver a los patos (cuando los hay), pasan por la parcela abandonada donde vive la jauría de gatos, y por supuesto, parada obligatoria es mi casa. -Hija, no sabes el disgusto, que hemos ido esta mañana y los debías tener dentro porque no salió nadie "a saludarle"!- me dice mientras sonríe complice.
Después de semejante confesión, en su siguiente encuentro, incluso abrí la verja para que Bitxo fuera a rechupetearle las manos y la cara: en los primeros segundos Sergio no supo cómo gestinar semejante invasión de su kinesfera, pero como su mamá se rió a carcajadas y le dijo -Ay, qué bien, cuántos besos! pues el niño resolvió que aquello debía ser fantástico y se rió a carcajadas también.
Hoy no ha sido así.
Hoy Sergio ha empezado a ladrar desde el carrito según se acercaba a la verja, pero no lo llevaba su madre, sino su abuela. Bitxo, Pumba y Bola hicieron lo propio mientras el niño comenzaba a reir...pero entonces su abuela, mujer maravillosa y amorosa donde las haya, ojo, y probablemente desconociendo todo este ritual le dijo (no exenta de verdad): -No los asustes, cielo. Los perros te ladran porque tú les ladras primero y les asustas, no les digas nada.
Sergio puso los ojos como platos, se le borró la sonrisa, y ya no dijo nada más.
Pasaron de largo.

Nota: sí, esa es mi verja. Y sí, ese es Bitxo.