– Dígame una última cosa -pidió Harry-. ¿Esto es real? ¿O está pasando sólo dentro de mi cabeza?
(…)
-Claro que está pasando dentro de tu cabeza, Harry, pero ¿por qué iba a significar eso que no es real?

– Conversación Harry y Dumbledore
Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
(Cap. 35, Pag. 607)

sábado, 18 de mayo de 2013

Querido señor Wert. Dos puntos. (Religión en clase)



De pequeña fui la única niña de una clase de más de treinta y tres alumnos que no daba religión. Cuando llegaba la hora de Religión y mis compañeros hacían lo que quiera que hicieran con la profe, yo me quedaba sentada en mi pupitre con un libro de ética que tenía que leer, subrayar y resumir sin que nadie me diera bola. Era de lo más aburrido, pero lo llevaba bien.
Un día, sin embargo, mis compañeros empezaron con la catequesis para hacer la Primera Comunión y todo cambió. Aunque para ellos era un coñazo todo lo que tenían que estudiar para tal evento, lo hacían con ganas e ilusionados porque, sobre todas las cosas, se estaban preparando para un gran día de fiesta en el que se vestirían de princesas y marineritos y recibirían montones de regalos. Eso también lo pude entender porque mi padre me dijo que si yo quería una fiesta, él me la haría gustoso, y que si más adelante, como adulta, quería comulgar y recibir a Dios, también lo respetaría gustoso, pero que no estaba dispuesto a que yo mezclara las dos cosas en mi cabeza porque era todo un circo sin sentido. El problema vino cuando los niños de la clase, abducidos por esa cruel doctrina, empezaron a mirarme como un bicho raro e incluso con mucha pena, porque como yo no estaba bautizada (o eso creía, que más adelante descubrí que sí) y no haría la Comunión, iría derechita al infierno sin remisión. Me recuerdo muy acongojada en esos días, pensando en ese infierno. También recuerdo que la profe no hizo nada para que depusieran su actitud o para al menos, calmarme a mi.
Con el paso del tiempo lo coloqué todo en su sitio y quedó en unas risas, pero como adulta me alegré muchísimo de que eso de la Religión en las aulas se fuera difuminando hasta convertirse en algo anecdótico. Mi padre tenía toda la razón: la fe es personal y cada cuál de forma privada y en sus lugares correspondientes.
Y ahora resulta que Wert nos devuelve a cuando yo tenía ocho años. Ahora resulta que la fe puede volver a ser un modo de separación entre niños a los que en realidad, ni les va ni les viene. Me apena profundamente pensar que que hoy en día vuelva a ver una niña o niño que por unas horas está excluído de su clase y sus actividades y con el corazón en un puño porque resulta que igual se tiene que ir al infierno. No es justo, señor Wert. No lo es. Ni es didáctico. Ni democrático. Es un empeño rancio, caduco y desesperado por mantener un sistema borreguil que le viene bien a lo más obsoleto y emponzoñado de la derecha más casposa. Y usted lo sabe, señor Wert. Lo que más me jode es que usted lo sabe, y brinda por ello.

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