Apenas han pasado un par de días desde la última
manifestación ante el Congreso, de hecho todavía puedo leer vagamente en mi
antebrazo el nombre y número de teléfono de la abogada (llamadme exagerada,
pero nunca se sabe…)
El caso es que he asistido a dos de las tres y llevo una
semana devorando febrilmente todo artículo de opinión, reportaje, vídeo o
noticia que hablara del tema.
Según van pasando las horas y la opinión pública se va
olvidando del tema me va quedando una extraña sensación de triunfo y fracaso
que conviven incordiándose en mi cerebro y me obligan a una reflexión.
Sin entrar en la polémica de si “Ocupa el Congreso” era un
nombre apropiado o no, el caso es que desde julio, que es cuando me enteré de
la iniciativa, estuve más que de acuerdo con que podía ser, si no una solución
(no soy tan rubia), sí un paso más y una estupenda iniciativa para poder frenar
este bucle absurdo al que al parecer nos estamos viendo abocados sin remisión.
Las cartas se repartieron rápidamente entre el Gobierno, los
manifestantes, los medios de comunicación y la opinión pública, y el juego
empezó, oficialmente, a principios de septiembre. Me doy cuenta de que ya desde
ahí y por parte de muchos se empezó a desvirtualizar el movimiento: que si era
legal o no, que si una vez más la izquierda radical pretendía reventar nuestro
bienamado estado democrático…pasaban los días y el berrinche de ciertos
sectores del Gobierno ante la imposibilidad de frenar el acto hizo que
perdieran los papeles con aseveraciones como “recuerdo que la última vez que
se rodeó el Congreso fue el 23F”.
Y así llegamos al
fin al 25 de Septiembre: Los que nos unimos a la iniciativa, con un ojo puesto
en Grecia, el otro en Portugal, e Islandia en los corazones; el Gobierno
absolutamente decidido a hacer cumplir las leyes, con o sin sentido, costara lo
que costara; los medios de comunicación ávidos de lo que, sin duda daría para
varios titulares; y la opinión pública dividida entre el “por qué?” y el “para
qué?”.
No quiero ser ilusa.
Fuimos muchos, muchísimos, l@s ciudadan@s que nos presentamos a la hora pactada
para acercarnos todo lo que pudiéramos a un Congreso tan rodeado de vallas que
más bien parecía la frontera de Melilla. No pienso participar en ese patético
baile de números que en toda manifestación hay entre el delegado del gobierno
de turno y los organizadores. Hay miles de fotos, el que tenga tiempo y ganas
que nos cuente.
El caso es…el caso
es que éramos muchísimos…pero no los suficientes. Estoy de acuerdo, mal que me
pese, con los que aseveran que menos de cien mil personas no tienen legitimidad
suficiente para disolver las Cámaras, por supuesto, pero también creo que si
Leónidas hubiera dicho “vámonos, chicos, que los de Jerjes son muchos y nosotros,
después de todo, no tenemos la aprobación del total de Esparta” la historia
sería bien distinta y Zack Snyder no habría rodado “300”.
Pero bueno, esa es otra reflexión….
Lo que ocurrió al
final del 25S y del 29S, desgraciadamente no sorprende a nadie, y es el punto
de inflexión que me ha hecho darle vueltas a este tema: Las famosas cargas
policiales. Creo que la barbarie de los antidisturbios al caer la noche en
ambas manifestaciones se han convertido en un arma de doble filo. Me explico:
el mundo entero no estaría pendiente del movimiento Ocupa el Congreso sin esas
cargas, lo siento, pero es la verdad. Eso facilita las cosas para que se pueda
decir con la voz alta y clara que la represión del Gobierno actual de PP
dignifica a don Francisco Franco y que así, la opinión pública mundial se
apiade de estos simpáticos españoles, tan majos nosotros, y la que nos está
cayendo. Pero por otro lado, el que más pena me da, es que hemos perdido el
norte de lo que en un principio nos trajo hasta aquí. De repente lo único importante es el
conflicto entre manifestantes y antidisturbios. Solo se habla de eso. El viernes en rueda de prensa se comunica (
vagamente, todo hay que decirlo) el golpe demoledor al estado del bienestar que
suponen los presupuestos del 2013 y al día siguiente, el 29S, los protagonistas
de la manifestación son los antidisturbios, no la ciudadanía que se niega en
rotundo a lo que el gobierno está haciendo con nuestro país. Esto me lleva a
dos conclusiones. La primera: al final
va ser una genio, Cifuentes porque con tanto antidisturbios violento ha
conseguido que no se hable de lo importante, que es que el pueblo rodea el
Congreso porque considera que ya no le representa, que no es legítimo, y que no
piensa permitir que siga actuando a sus espaldas. La segunda: si realmente
queremos que algo cambie, por favor, por muy cansados que estemos de que una
manifestación solo suponga salir a pasear sin que valga para nada, tenemos que
estar. Creo que la inmensa mayoría silenciosa de la que se jacta Rajoy debería posicionarse:
el que esté de acuerdo con él, con la clase política que nos gobierna, con
nuestras leyes electorales y su consecuencia directa en la Cámara del Congreso, que se
quede en casa, por supuesto, y juro que le respeto aunque no le entienda . El
que crea que hay que seguir confiando o prefiera no mover las aguas porque
“mejor borracho conocido que alcohólico anónimo” que se quede en casa, por
supuesto también, aunque tampoco le entienda. Pero el resto, todos lo que crean
que así no se sostiene, que no nos representan y que nos están condenando a la
ruina, por favor, que salga a la calle el próximo día, aunque sea en legítima
defensa.
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