– Dígame una última cosa -pidió Harry-. ¿Esto es real? ¿O está pasando sólo dentro de mi cabeza?
(…)
-Claro que está pasando dentro de tu cabeza, Harry, pero ¿por qué iba a significar eso que no es real?

– Conversación Harry y Dumbledore
Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
(Cap. 35, Pag. 607)

lunes, 11 de marzo de 2013

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        Papá y yo en la escalerilla del avión que nos trajo a España.


A veces me pregunto qué parte de mí no soy, o quién hubiera sido si, por ejemplo, mi padre no me hubiera cogido entre sus brazos y nos hubiéramos venido a España. No es nostalgia de otra vida, que eso ya lo cantó Sabina y yo me lo aprendí muy bien: “No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió” Pero esa otra Laura, la que de algún modo se quedó en Buenos Aires, forma parte de mí aún si conocerla. Creo que es ella la que hace que me cosquillee la nariz con según qué tango, la que come alcauciles a la diabla, y la que se empeña casi obsesivamente en que Don Bosco, Palermo o el cine Rex permanezcan intactos en un altar de mi memoria. Sé que los cuadros en mi cabeza van perdiendo detalles y nitidez con el paso de los años: recuerdo el olor del aire frío en la cara al llegar a Ezieiza, recuerdo el vestidito celeste con zapatos azules, de charol, pero ya no sabría llegar del aeropuerto a la que fue mi casa.
La abuela Ofelia murió cuando yo era adolescente aquí en España, en mi casa. Al tiempo, por lo visto, vendieron la que fuera su casa en Buenos Aires y ya nunca jamás supe qué fue de la cajita de música, de La Gran Enciclopedia de los Pequeños, de sus vestidos de juventud con los que nos disfrazábamos mi prima y yo de pequeñas o de esos vasitos con redondeles pintados de rojo con los que me daba por las mañanas la leche con cocoa.  Aún hoy, más de veinte años después, sueño de vez en cuando que estoy en esa casa, con todos los muebles cubiertos con sábanas blancas, y yo busco por todas las habitaciones esos tesoros sabiendo que tienen que estar ahí pero sin lograr encontrarlos nunca.
Cada vez es más fuerte el impulso de volver, aunque sea solo por un ratito, para que la niña que se quedó y la que la mujer adulta que soy ahora, puedan pasear juntas de la mano por las que nunca dejarán de ser mis calles, y con un poco de suerte, nos comamos un pancho con savora en el Jardín Japonés.

5 comentarios:

Unknown dijo...

Tus palabras me recuerdan a lo q pasa en mi cabeza cada vez q recuerdo a mi cordoba querida..
Por cierto.. mandale un beso muy grande a tu papa que se lo extraña por alicante.. ;)
Un saludo guapa :)

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...

No se, y a mi que me parece esta foto triste . Es cierto que las fotos en blanco y negro ya me lo parecen, seguramente porque la vida e blanco y negro fue muy dura, sobretodo para las mujeres. Pero creo que no es la falta de color, más bien creo que es la exclusión en la foto de ese ser que nos completa el alma para el amor, y que con su ausencia se sobrevive porque nuestra mente maquilla cualquier herida. Ojalá que el objetivo de la cámara lo estuviera manejando ese ser y no haya sido arrebatado. Porque sólo quienes carecimos de su presencia sabemos que nunca vamos a crecer en plenitud y no todos tienen el valor de mirar la herida y sanarla para poder aprender a amar. Si ese ser está te quiere y si no está también. Si habla te quiere y si calla más.
Envejecer es obligatorio pero crecer es voluntario.
Suerte.

el Tano dijo...

Gracias por compartir tu sentir que es tan parecido a lo que yo sentí, cuando estaba en españa. A diferencia tuya, me volví... Y me quedé por aquí. Por San Telmo, tan parecido a La Latina que me calma la nostalgia de tapas y cañitas... Ojala puedas darte una vuelta... como dice Ismael Serrano, Buenos Aires está tan linda... :)